en que la tarde se para por un beso. Ese segundo
en el que un hombre encuentra la tristeza
agazapada entre cifras oficiales. O ese roce
de una piel que se somete a una caricia.
No sé de grandes cosas. Y hasta ignoro
lo que vale tu boca a precios de mercado.
Ni siquiera sería capaz de calcularte
en términos de euribor el porcentaje exacto
de mordiscos que me tocan esta noche.
Me parece, mi amor, que están las cosas
jodidamente mal. Así que ahora,
vencido y cautivado por tus labios,
me entrego a la derrota y abro nueva
hipoteca a tu nombre y si es posible
con vencimiento eterno entre tus piernas.