La primera vez que nos amamos supe
que la vida jamás ya sería igual.
Y ni siquiera yo
podría ser el mismo que era antes.
Que todo era distinto tras el mapa
descubierto en tu cuerpo. Distinto
como si el universo hubiera sido
un estallido de luz entre tus piernas
y todo hubiera estado
latiendo justo encima de tu vientre.
Y yo sin descubrirlo hasta ese instante.
Y supe, cuando
tu cara se hizo tierna como lluvia,
que la vida era el dulce sobresalto
de tu piel en mis manos. Y que antes
faltaban el delirio y me faltaban
la agonía y la muerte que notaba
corriendo por mi espalda y por mis venas.
Yo no sé si me entiendes. Pero ahora,
cuando han pasado años y caricias
y me sobran recuerdos, desearía
tener el manual que me enseñara
a vivir sin la voz que aquella noche
me susurró:
“Dios, qué hermosos
resultan los abrazos si estás triste”.
Hoy, que no sé si me amas, me refugio
en las manos que entonces amasaron
el pobre corazón que aún te persigue.
Y añoro en mi memoria la tristeza
de tu boca mordiendo
los labios que bebían de tu nombre.
jueves, 24 de marzo de 2011
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