San Telmo me tiene atrapado en su laberinto de recuerdos y ausencias. Mis pasos casi por inercia siempre terminan en la esquina de ese refugio atemporal que es el Café La Poesía. Un rincon,un compendio de historias, de susurros antiguos y de tangos que parecen salir de las paredes.
Y allí estoy, como tantas veces, en la misma mesa que tiene una vista privilegiada a la calle, un pequeño balcón al alma del barrio. Con el aroma del café recién hecho y el murmullo de las conversaciones ajenas como banda sonora, te espero.
Desde aquí, la mirada se me va tras cada silueta, cada rostro. Te busco en cada mujer que pasa, caminando .con prisa o detiene su andar frente a una vidriera. Una cabellera que se parece a la tuya, un gesto familiar al cruzar la calle, una risa que evoca la tuya. Cada instante es una pequeña ilusión que se enciende y se apaga al reconocer que no sos vos.
Este barrio, tiene una belleza innegable, pero se tiñe de un anhelo constante desde que te busco y no te encuentro. Y mientras la tarde se apaga, y las luces se encienden, veo alrededor a otras personas, grises como yo, perdidas en sus pensamientos, también buscando alguna respuesta entre sorbo y sorbo de café. Sus miradas vacías, las nuestras, se cruzan sin verse, unidas por la misma melancolía que impregna estas paredes. Aquí, en este rincón del mundo, solo queda la tenue esperanza de que, quizás, la próxima persona que cruce el umbral no sea una más, sino la que mis ojos, al fin, reconozcan en Chile y Bolívar
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