> Una plaza vacía.
Gris.
Silencio espeso.
Un banco olvidado, casi congelado en el tiempo.
Ahí, un cuaderno.
El mismo de siempre.
Lleno de versos por terminar.
Versos estancados, atrapados en el mismo bucle,
repitiendo la misma historia sin final.
Y entonces, su sombra.
Sin cuerpo. Sin rostro.
Solo una sombra.
Pero bastó.
Su sombra le dio sentido a todo ese gris,
a tanta tristeza.
A tanto de mí.
No habló.
No hizo falta.
Estaba ahí.
Como si nunca se hubiese ido.
Como si siempre hubiera estado,
esperando que yo regresara
a ese lugar donde todo comenzó a romperse